Del rotring al plotter...y al pdf. Escribo estas líneas porque al ritmo que se desarrollan los acontecimientos esta práctica se perderá para siempre en el rincón del olvido y ya no será posible su entendimiento ni su correcta valoración si no se conocen las técnicas de la puesta a escala con tinta.
En mi primer año de carrera en la ETSAV, en 1988, los utensilios habituales en el dibujo técnico eran los recién aparecidos portaminas (apenas unos años atrás, bueno aparecieron antes pero por entonces las cosas aquí tardaban unos años más en llegar) y los estilógrafos (conocidos como “rotrings” por la marca del mismo nombre), tener una mesa de dibujo técnico basculante era un logro y poseer un tecnígrafo era un lujo al alcance de pocos, el resto de mortales nos conformábamos con un paralex, acompañaban las correspondientes escuadras y cartabones de precisión (sin acanaladuras), el escalímetro y doble decímetro, el transportador de ángulos, las plantillas curvas de diversas aberturas y el compás de precisión de tornillo. En cierta manera me consideraba afortunado dado que mi padre me compró un par de años antes una mesa dibujo, no muy sofisticada, pero suficiente para el desempeño que le di todos los años previos a la era de los ordenadores. Jamás tuve tecnígrafo y para lo poco que gasté el paralex tampoco fue un artefacto que a día de hoy hubiera echado a faltar, de hecho de haberlo tenido sería hoy un caro juguete cogiendo polvo en un armario o en una mesa de dibujo, por cierto la mesa acabó reconvertida en mesa para cortar planos y para dejar trastos encima.
Heredados de mi padre, profesor de dibujo técnico de bachillerato, disfruté de unos cuantos inventos “deluxe”: una bigotera de mina para círculos de pequeño diámetro, una bigotera para adaptar el estilógrafo, un espaciador automático “linex” para hacer líneas paralelas de forma automática y de ancho variable (que era la envidia entre mis compañeros), y un par de plantillas de rotulación (de estilo Simplex cursiva), así como algunos estilógrafos de las marcas Rotring, Faber Castell y Staedler. Como colofón a la colección de utensilios de trabajo incorporé una plantilla de elipses para isométrica y una plantilla de círculos. Afortunadamente ya se había superado la época en que se pasaba a tinta con tiralíneas, trabajo mucho más complejo y delicado que con los estilógrafos.
Linex y adaptador para acoplar plantillas o curvas. Se extiende la regla y pulsando el botón ésta retrocede un espacio, ajustando la rueda varía el paso del espacio, en el lateral una pequeña lupa permite calcular el avance a modo orientativo. De los años 70.
Plantillas de letras para estilógrafo Simplex cursiva
Plantillas de letras adhesivas conocidas como "letraset" o "transfer" para rotular, para evitar deformar el plástico lo mejor es utilizar un lapiz blando para marcar la letra o número a escribir, con la precaución de asegurarse que toda la letra se ha transferido al dibujo y repasar con el lápiz y el papel encerado la letra colocada para fijarla bien al papel.
Diversos modelos, antes de los programas de edición de imágenes y texto para hacer portadas o carteles con un buen acabado había que recurrir a este tipo de plantillas.
Para rotular proyectos era necesario un gran número de plantillas y números, y de un estilo minimalista y moderno, las clásicas Arial y Bankgothic eran las más empleadas
Y para dar un poco de vida a los alzados, colorear sombras y acristalamientos la única forma de dar tintas planas era usar un aerógrafo (caro en su día) o recurrir a tramas adhesivas, siempre que la humedad no arrugara el papel y las despegara daban un acabado muy aparente.
Hacer un dibujo a tinta era toda una ceremonia que requería unos pasos muy concretos, mucha limpieza, precisión y paciencia. Los pasos iniciales a lápiz, sobre todo en dibujos muy complejos con muchos trazos de línea, hacían necesario un lápiz de mina dura y fina, por aquel entonces tenía un 0,3 H que era ideal para estos menesteres, pero tenía una tendencia a estropearse con facilidad por la delicadeza de la punta y la mina. Con las pasadas y el sudor de las manos las escuadras solían ensuciarse y ensuciar el papel y el dibujo, lo cual era un engorro a la hora de borrar y adecentar el dibujo, algunos llevaban a clase polvos de talco para minimizar este problema, pero a veces el tener toda la mesa y el material empolvado de talco era peor. De aquí cogió un servidor una manía enfermiza por lavarse las manos a la mínima mancha de suciedad y pasar un trapo de vez en cuando a las escuadras. Tras repasar las últimas líneas para resaltar qué grosores debían remarcarse más o menos (y no equivocarse después), era cuestión de poner a punto los estilógrafos.
El papel para pasar a tinta debía ser satinado, un papel normal suele tener fibras sueltas que emborronan o dispersan la tinta, el papel tipo “caballo” o el papel vegetal tienen las fibras más tupidas y la superficie lisa, que evita que la tinta se disperse. La tinta, de la que hace pocos meses aún compre un botecito, es más fluida que la tinta china, pero similar en calidad, es de un negro intenso y más definido que el que se obtiene con los rotuladores actuales de perfilar, en pequeños grosores es muy uniforme, pero pintando con ella en grandes áreas tiene brillos e irregularidades en el tono que la hace poco aconsejable para hacer tintas planas con pincel, para ello hay que recurrir a hacer pasadas paralelas con 0,8 (y el aparato “linex” es muy útil en estos casos), y si no la alternativa es el aerógrafo.
Solía ser habitual tener que poner a punto los estilógrafos la tarde anterior de realizar trabajos de estos en clase, sobretodo los más finos 0,1 y 0,2mm, que solían embozarse con frecuencia si en un período de varias semanas no se empleaban y no se había tenido la precaución de limpiarlos, trabajo que era y es muy penoso y sucio, sobretodo si aún les quedaba mucha tinta, ...y peor aún si esta tinta se había secado o aglutinado. Hace poco tuve que rescatar algunos (de vez en cuando aún realizo trabajos que requieren las viejas técnicas), la mitad de los 0,1 y 0,2mm acabaron en la basura (las puntas, el resto es recuperable). Recientemente Rotring ha recuperado parte del diseño que empleaba en los 80, especialmente el depósito de tinta, y gracias a algunos de aquellos que tenía mi padre he arreglado algunos nuevos que se habían agrietado.
Las puntas más habituales en bachillerato eran el 0,2, 0,4 y 0,8mm, en la universidad con eso de ser muy pulcros y académicos y tener rigor científico algunas ramas de la ingeniería en los primeros cursos exigían el empleo del 0,13, 0,35 y 0,7mm, requerimientos que salvo microscopio de por medio siempre he creído totalmente absurdos y poco fundamentados. A excepción el 0,13 que sí hace un trazo más fino que el 0,2 y que en la práctica era un poco más robusto que un 0,1 estricto, la diferencia al ojo humano entre un 0,35 y un 0,4 y un 0,7 y un 0,8 eran y son nulas e irrelevantes. En la escuela de arquitectura, que eran muy poco dados a formalismos y esquemas rígidos que nos limitaran la creatividad, nos daban libertad para elegir tres tipos de grosores básicos, que por lo general fueron 0,1 ó 0,13, 0,2 y 0,4mm, suficientes para la representación gráfica de los elementos, y no tuve reparo en alguna ocasión en emplear un 0,3 de mi padre y el 0,35 de mi hermana (que estudió en agrónomos y a quien le exigieron el trío canónico imperativo). Nunca empleamos el 0,8 porque con las escalas que trabajábamos era demasiado tosco y poco preciso, salvo para hacer algún relleno, que por lo general tampoco estaba muy bien visto entre los arquitectos modernos....
Por lo general las puntas de los estilógrafos tienen un alambre interno unido a un vástago más grueso que hace de masa oscilante para poder desembozar de vez en cuando la punta, sobretodo en los más finos, y en caso de obstrucción o secado (cosa que solía ser habitual de un año para otro tras el parón estival) los 0,1 eran imposibles de recuperar. Un 0,2 en ocasiones podía dar problemas, pero con pulso y paciencia se desatascaba, y el resto de 0,3 en adelante por lo general se limpiaban sin problemas, de hecho aún conservo algunos de los 80 y 90 que funcionan. He visto por internet y por foros trucos y técnicas para recuperarlos, y sin duda lo mejor es limpiarlos bien la última vez que se emplean, sobre todo si se sabe en que en mucho tiempo no se van a gastar y rellenarlos con agua destilada. Esto es lo que hago desde la última vez que los gasté, de vez en cuando los inspecciono para ver que todavía fluye el agua y que ésta no se ha evaporado. Ahora venden unos pequeños limpiadores de ultrasonidos, un día de estos he de comprar uno y haré la prueba para ver si son eficaces desatascando los 0,1 y 0,2.
Y una vez limpios y a punto los estilógrafos viene la laboriosa, delicada y paciente tarea de pasar a tinta. Una limpieza previa para aquellas personas que emplearon los polvos de talco es fundamental, y para evitar restos de goma o polvo, habían unos cepillos al uso que gastaban algunos de mis compañeros, muy útiles también para quitar el polvo de las chaquetas y abrigos...La técnica de delinear con estilógrafo es simple pero requiere un poco de destreza, hay que mantener el “rotring” más o menos vertical, pero apoyado firmemente en el canto de la regla o escuadra y ligeramente inclinado y separado del lateral para que la tinta no se adhiera al canto. Había quien empleaba las escuadras con encaje, que liberaban parte del canto en contacto con el papel, pero para los que teníamos práctica era poco menos que insultante emplear ese tipo de escuadras. Esto en los estilógrafos más finos no era problema, pero en los de más grosor, 0,3mm en adelante era un engorro, por muy de marca que fueran, solía formarse una pequeña gota antes de tocar el papel, que rápidamente había que secar en otro papel o trapo y correr con él al dibujo para evitar que se formara otra.
Al final y tras acumular una serie de estilógrafos de varias marcas y grosores uno ya seleccionaba los mejores en la medida que no goteaban ni desfallecían en el trazo. El grosor del trazo debía ser constante y para ello había que mantener una velocidad adecuada, muy rápido no dejaba caer suficiente tinta y la línea se cortaba o menguaba en sección, muy lento se acumulaba más tinta en la punta y la línea se engrosaba...con el tiempo uno le coge la velocidad adecuada, pero no dejaba de ser todo un arte a base de mucha práctica.
Y la catástrofe venía cuando una línea se iba más lejos de lo normal, o se dibujaba en un grosor inadecuado o cuando por accidente una gota de tinta caía al papel, ...o un mal movimiento de una escuadra esparcía la tinta de una línea acabada de hacer. En ese momento había que esperar a que secara lo suficiente, sacar un gillette o el lápiz de goma abrasiva y con mucho cuidado raspar la tinta, procurando destrozar el papel lo menos posible y que el empastre no se viera.
El apogeo y el ocaso de esta técnica vino en los 90, de hecho los actuales alumnos y recién licenciados no la han empleado...y posiblemente no la emplearán jamás. Como dato del cúlmen de los estilógrafos, a finales de los 80 y principios de los 90 surgieron unos miniplotters de rotulación (bueno, como siempre, aquí llegaron muy tarde: NC-scriber de rotring, Mutoh Scriber...), de los que hicieron una exhibición en la escuela, que convenientemente anclados a un tecnígrafo se podían programar para rotular textos en los planos, tenían un pequeño teclado con una pantalla de cristal líquido en la que se visualizaba el texto a rotular y se podía seleccionar el tipo de texto y el tamaño. En un lateral frontal del teclado sobresalía un pequeño brazo de plástico donde se enroscaba el “rotring”, no recuerdo lo que costaba el artilugio, pero seguro que una pequeña fortuna de por aquel entonces, sólo al alcance de alguno de los profes más pudientes (que alguno lo compraría a través del departamento correspondiente).
Conjunción. Bosco Hurtado
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